EL PAPEL DE LOS PADRES
“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efe. 6:4).
“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas” (Prov. 31:10).
Los padres tienen una gran responsabilidad. El padre es el jefe de la familia, y la familia es el semillero de la iglesia, la escuela y la sociedad. Si el padre es débil, irresponsable e incompetente, entonces la familia, la iglesia, la escuela y la sociedad sufrirán las consecuencias. Los padres deben tratar de cultivar el fruto del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gál. 5:22, 23).
Las madres también tienen, quizás, el papel más importante en toda la sociedad. Tienen una gran influencia en la formación de la personalidad de sus hijos y en la formación del carácter y el temperamento del hogar. Los padres deben hacer todo lo posible para trabajar con las madres en la educación de sus hijos.
¿Qué pueden aprender los padres y las madres de estos textos? Efesios 5:22, 23, 25, 26 ( CB ) ; 1 Corintios 11:3 ( CB ) ; 2 Corintios 6:14 ( CB ) ; Romanos 13:13, 14 ( CB ) ; 2 Pedro 1:5–7 ( CB ) ; Filipenses 4:8 ( CB ) .
Los padres cristianos tienen la obligación moral de brindar un modelo bíblico de Cristo y de la iglesia con su comportamiento y su forma de ser. La relación matrimonial es una analogía de la relación de Cristo con la iglesia.
Cuando los padres se niegan a guiar, o si guían de manera tiránica, están pintando una imagen falsa de Cristo a sus propios hijos y al mundo. Dios ordena que todos los padres cristianos enseñen diligentemente a sus hijos (ver Deut. 6:7 ( CB ) ). Los padres tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos a amar al Señor con todo su corazón. Deben enseñar el temor del Señor, una total y amorosa devoción y sumisión a él.
En Deuteronomio. 6:7 ( CB ), a los hijos de Israel se les dieron instrucciones específicas sobre la educación de sus hijos con respecto a las grandes cosas que el Señor había hecho por su pueblo. Aunque ellos tenían grandes historias para contar a sus hijos, nosotros, que vivimos después de la cruz de Cristo, tenemos una historia mucho mejor que contar, ¿verdad?
Por lo tanto, la enseñanza que debemos dar es un hecho proactivo y continuo, en el que vertemos la verdad de Dios en nuestros hijos y los preparamos para su propia relación con Cristo. No obstante, a todos se nos ha dado el sagrado don del libre albedrío.
Finalmente, cuando sean adultos, nuestros hijos tendrán que responder por sí mismos ante Dios.